lunes, 7 de abril de 2008

El atizador de Wittgenstein


Cuando Ludwing asió el atizador de la chimenea y lo blandió en el aire contra el cráneo despejado de Popper, se olvidó el contenido simbólico de la última proposición de su tratactus: “de lo que no se puede hablar lo mejor es callarse”, con la que pretendía cerrar todo lo que acaece.

Si tornamos a la habitación de Ludwing en la Universidad de Oxford y asistimos a la conversación que se mantenía, nos asombrará que el diálogo se desarrollaba en torno a lo esencial, a lo espiritual, una vez que las matemáticas habían puesto el punto y seguido a la función.

Lo esencial es el límite de nuestro mundo, que es otra proposición entrañable. Hay personas que ante lo esencial toman un camino peligroso, hablar y hablar, abriendo en exceso la boca y convocando a lo inconveniente. Cuando la inconveniencia entra por la puerta, viene acompañada de la violencia, la necesidad del atizador, y nada hay que escape a su triunfo saltando por la ventana.

España es un país donde a algunos políticos les gusta poner lo esencial a flor de piel, hablar de ello en exceso, asesinarlo. Disponen los valores para que todos los presentes les presenten sus armas y los pasen por las mismas, despellejándolos.

En la actualidad hay muchos de tales políticos, miran a España postrada y se complacen en su despellejamiento y otros por salvaguardar el culo en el sillón del poder consienten en ello.

A estos políticos, debieran enseñarles, no los nervios atirantes de Ludwing perdido en su habitación de Oxford, sí evidentemente el significado de su famosa proposición: si fluimos a los fundamentos esenciales de nuestra vida, de nuestra sociedad, de nuestra patria/matria, los fundamentos culturales y políticos, no se debe dejar que nadie los despelleje, sino que hable el silencio.

Al menos si lo que se desea no es una sociedad violenta.

Lo esencial habla por sí mismo y se revela, rebelándose, desde el inconsciente colectivo.

domingo, 30 de marzo de 2008

El culo y la materia


Caminas la calle y todo es excesivamente común, corriente, vulgar.

Ha aparecido la hora de decir adiós a todo eso.

Cruzas el mismo hola de todos los días con el mismo rostro apagado o eternamente compungido o de una alegría inmediata e hipócrita en el mismo paso de peatones con las gruesas rayas desgastadas de tanta pisada sin sentido, sin camino, ha llegado el momento de decir adiós a todo eso.

Cuando el mundo en el que habitas es excesivamente conocido, excesivamente predecible, todo se mueve en la monotonía y la ley. La ley, la regularidad del mundo, siempre necesario para que podamos adivinar lo que sucederá a continuación. El hombre sólo se encuentra designado al conocimiento de la ley, de lo determinado. Sin ley no hay predicción y el mundo se tornaría indeterminado y carente de cualquier pronóstico. Sin la ley, no hay lugar para los "predictores" de la economía, de la vida cotidiana o de mi próximo artículo.

Cuando el mundo que habitas es excesivamente conocido, ha llegado el momento, ese es justamente el instante, de poner tierra de por medio y emprender en otro sitio a vivir y construir la vida de nuevo.

A no ser que ames la predectibilidad, la determinación, la ley, la regularidad, la monotonía.

Mas que tierra de por medio, lo que hay que proponer es espíritu. El espíritu es libertad, el espíritu es lo contrario a la ley, el espíritu es liberación, espontaneidad. Si no te atreves a denominarlo espíritu o alma como los griegos, sijé, psijé, denomínalo con la perífrasis lo que es contrario a la materia.

La materia es la ley, sólo la materia cumple la ley, sólo lo material se rige por la ley y se encuentra por cuatro costados determinado. Sólo quien es capaz de romper con la materia, rompe con la ley y la determinación, con la predicción y todos los "predictores" y hace de su vida una anarquía, puro espíritu.

Camino hoy las calles de mi bella villa arandina y la encuentro en exceso predecible, desde su alcalde, siempre pidiendo que la gente deje de escribir en los periódicos hasta su oposición, siempre pidiendo que la gente deje de escribir en los periódicos, siempre la misma jodida señal de stop en la misma posición, de cúbito supino por el choque de aquel coche contra ella, hasta el hombre que hoy me dice hola de nuevo.

Es la hora de marchar a otro lado, de espiritualizarme. Mucho tiempo sedentario en el mismo lugar abotarga. Por eso sólo el camino es posible como verdad.

Ya lo indicó Nietzsche: "el culo es un pecado contra el espíritu santo".

lunes, 24 de marzo de 2008

¿Qué hace un gallego a la mitad de la escalera?


Los buenos amigos y los mesurados sin más, cuando alguien les dice que provienes de gallegos y que encierras buenas razones gallegas en tus pies (y castellanas de Cedillo), prestos preguntan, como si fueses Edipo después de visitar la efigie, qué hace un gallego en mitad de una escalera, ¿sube o baja? Que nadie fue capaz de darles razón de la respuesta nunca.

No respondí ni he respondido nunca. No por no comprender la respuesta, que se hallaba en mi inconsciente, sí porque la había olvidado a causa de que me crié con el sabor de América en la boca, la música de Fleetwood Mac en los oídos, con mi querida Irlanda en los ojos y los Sex Pistols por bandera.

Mas el otro día me acordé de la respuesta a la pregunta de si un gallego en mitad de una escalera sube o baja. Y fue el día que alguien me dijo que era incomprensible para su mentalidad que Finisterre, ese trozo de carne de Dios en lo más occidental de España, hubiere votado mayoritariamente al PP y no a otros partidos, tras la desgracia del Prestige. Como no le surgía ninguna explicación repudiable, recurrió al viejo tópico de que esto era propio del alma de los gallegos, que nunca se sabe si vienen bien o si van al poniente, porque efectivamente, siempre vamos yendo (“imos indo”, que se dice na nosa língua).

¿Qué hace un gallego a la mitad de una escalera? La respuesta es siempre sube, nunca baja, nunca mira hacia atrás, así que no hace nada, porque detrás sólo queda la pobreza, el olvido y la emigración.

Que las clases rurales gallegas fueron las grandes olvidadas por Franco y por los señoritos de ciudad (Coruña, Santiago, Vigo), que señalaban como “aldeanos” y “paletos” a los paisanos por falar na nosa língua, ellos, que hoy son más nacionalistas que Castelao y Rosalía juntos y votan progresista siempre (que hasta por no parecer gallegos aldeanos y paletos o por ser más gallegos hablan una suerte de gallego aportuguesado e ininteligible para los gallegos “aldeanos y paletos”) y sólo tuvieron miseria y olvido y un barco a Buenos Aires o a Baracaldo un tren (las otras dos provincias llenas de gallegos aldeanos y paletos. Los señoritos de ciudad emigraban a Madrid, se conformaban con ser el lacayo del lacón y el orujo del señorito madrileño de dodgedart y buenas intenciones)

Un gallego en mitad de una escalera siempre sube, adelante sin mirar atrás, que el pasado no merece ni una sola lágrima y el futuro siempre es mejor, aun siendo malo, que lo que se deja atrás, que es desasosegante: el olvido franquista y el esquilmamiento socialista. No inventéis que un gallego echará de menos su tierra, os habéis equivocado.

Qué bien lo dijo Celso Emilio Ferreiro, “allí donde haya un carballo, allí Galiza”, cuando volvió a España y un amigo mío de cafés en Madrid le preguntó su opinión sobre las autonomías.

O si queréis, que un gallego va conociendo la morriña antes de volver a su lugar y en mitad de una escalera tiende a preguntar “¿a ónde se vai pra coller o tren?”

Un gallego en mitad de una escalera siempre sube a su morriña, siempre baja a su terruño.

- Bien, vale, pero, ¿sube o baja?

- Depende, digo, de si huye o retorna.


sábado, 15 de marzo de 2008

La desruralización mató a la España que conocí


La España que conocí era una España llena de ruralidad. Siendo un pequeño sin edad, en la sala de estar de la emigración gallega, nos retransmitían esa España rural emplazada por un día sobre el césped resguardado del Santiago Bernabeu por la una, que era la televisión de blanco y negro pero con colorido “matiasprats” en su cálida voz reonocible.

Compartían ruralización el aizcolari y el gaitero gallego, el levantador de piedras con la bailadora de sardanas. Esa parafernalia tan seguida por los medios de comunicación y el público en general, era España.

Sé que de esa manera cada uno era de su pueblo y desde ese talante se concebía como español. ¿Yo? Mire usted de Tornadijo y español, de Valdorros, de Portomarín y español, de Cospeito y español, de tal pueblo y español.

Viendo aquel festival folclórico encantador se iba uno a la única conclusión posible, que uno podría arrogarse el nombre de español y era español, sólo y sólo sí era primero de su pueblo. No de la capital de provincia o de alguno de los pueblos importantes que entonces despuntaban como grandes ciudades (Castellón, Hospitalet, Baracaldo), sino del pueblo, de su pueblo. Rural, coño, de esos que calaban la boina y era de retranca y espabilados. Como aquel hombre al que preguntaban, ya en la transición, ¿a quién va a votar? Y respondía sin inmutarse, ¿quién juega?

De un tiempo y de un lugar, la desruralización avanza con la precisión de la muerte, de la nada sartreana, la que no es lo que es y es lo que no es. Con la rapidez de la perdida de los seres queridos, con la dentera que provoca el mal gaitero, con el desasosiego de la noticia nefanda que se transmite telefónicamente a las tres de la mañana.

Lo rural desaparece, se queda vacío, porque finalmente gana la ciudad, donde todo está dado de antemano con precisión de funcionario. Pueblos vacíos en Lugo y Ourense, sin nadie, y en Castilla y La Mancha, que pierde Quijotes, y en Castilla y León.

Con la desaparición de los pueblos, de lo rural, también desaparece aquel concepto de España que conocí y que aún se empeñan algunos en salvar de su muerte a manos del nacionalismo de clase media – alta que llega de las ciudades euskocatalanas y que por el que paga Galicia y Castilla y León, que sí tiene precio, no es como el aire.

Curiosamente, el nacionalismo que debiera ser ruralización, en España ha crecido en la ciudad burguesa y al amparo de la misma, y mata a la España que se amamantaba en lo rural, en sus valores más preciosos: claridad, honestidad y rectitud.

Lo que resulta inconcebible es que no se proponga ningún concepto nuevo de lo que debe ser España (aunque algunos crean que Maragall dice algo o Ibarretxe, en asimetría). Parece que tampoco va a aparecer ningún Arteyu que pare el proceso de nadificación que sufre lo rural.

Generaciones enteras, aquellas apeladas como los del “baby – bom”, van perdiendo el concepto geo – político que les sustentaba y las nuevas generaciones que han bebido del localismo de capital de provincia limitativo, y todos teniendo que votar una constitución que han conocido de oídas y masivamente repartida a través de los mas – media.

No nos debe extrañar que al final, por sobrevivir, nos refugiemos en ser simplemente homo – economicus.

lunes, 3 de marzo de 2008

Los secretos del miedo


No recuerdo si tal vez la leí o fuera que la escuchara o ocurriese tal que disgregación del pensamiento en inoportuno instante cuando momento de gozo nocturno en el cerro de San Miguel o contra la tapia del cementerio de San José. Aun no importa: las ideas son libres (y nos hacen libres) y las encontramos ahí para que sean apropiadas (pero no para ser poseídas) por cualquiera y recrearlas; no existe el pecado en el conocimiento – mientras siga discurriendo por derroteros públicos, íntimos.
Repasemos hemerotéricamente lo acontecido en los últimos decenios, y que es reducible a estos esquemas formales: violencia que resta humanidad o humanidad que se niega a sí misma en sus actos de salvaje ignominia, aun indeliberada – y la deliberación no añade nada a cualquiera sea el acto, siendo el hombre pura inmediatez.
Un hombre quema a su mujer, allá; acullá, otro acuchilla con deleznable saña; más otros: consentidos políticos, ametrallan o bombardean; y el tétrico y terebrante tiro en la nuca, fatal expresión de la “razón” de un arma; otrosí: las sentencias judiciales habidas que evidencian que setenta cuchilladas no son nada o que violentar sexualmente sin que persista en resistencia la víctima – pataleos variados golpeteos chillidos sin alternativa – y atestiguada, no es violación.
No resulta difícil determinar el ámbito del hombre donde se enuncia con resuelta evidencia, aun ciega, la dicha violencia.
Proviene del ámbito privado, del lugar donde se posee “algo”, y siempre en secreta manera. Este secreto que socializa sacralmente y que estructura la sociedad en su vez primera en una jerarquía piramidal, según cercanía al mismo – en la ausencia total de conocimiento, desde la mediatización de la salvaguarda del secreto (su esencia, su pureza) frente a lo extraño, al extranjero, del ataque exterior mediante la violencia. El secreto, que delimita y prescribe desde la normatividad moral estricta, con su eterno corpus de castigos y premios; cuya protección lleva al ascenso social y su abandono sentencia a la muerte que “redime” y “salva”.
Cuando lo privado se eleva a culto y se lo propone como lugar propio de desarrollo personal y como la manera más “civilizada” de vivir, “la violencia es la higiene de la sociedad”, - ¿o de consentir a la muerte?
Y se produce la inteligibilidad sobre la hemeroteca: el hombre que asesina a su esposa porque le abandona, la que disiente de la “familia”, y ha de morir según los cánones de lo privado (redimida; sólo resta el arrepentimiento del pater familias, que adquirirá sinceridad en cuanto televisado); los animalizados seres que asesinan por salvaguardar el secreto legado por sus antepasados y que lo defienden ante la injerencia de lo extraño e impropio, siempre enemigo fatal, siempre inexistente, fábula que se transmite cual realidad sin referencia.
El hombre por miedo (“liberalismo del miedo” – I. Berlín) se conforma con su desarrollo en la esfera de lo privado, ser unidimensional y derrotado ya por el “pacto esclavista”. Y traspasa esta esfera sus modismos a lo público, a lo íntimo.
Categoría de la más baja calidad ética, de poder, social: negación de lo más propio del hombre, recayendo en el resentimiento; exaltando parvulariamente lo más bajo donde caemos – ser esclavo de la moral del “borsalino” -; y, todo ello, envuelto sibilinamente en el engaño psicológico: creer con firmeza inconmovible que tan sólo somos seres psico – físicos.

martes, 26 de febrero de 2008

A pesar de todo, adelante



El amigo Luis Amezaga, vitoriano, y victoriano, seguro, de esa Vitoria que se esconde entre la niebla Gasteiztarra, que escribe con la pasión de quien aleja las cosas y la vida y a los otros, para objetivar su decisión sin utilizar modismos y arquetipos, ha publicado su libro de poesía “A pesar de todo…adelante”. Su último, porque antes hubo otro del que renegó, por los mismos motivos que se alegra y abraza éste, porque es su carne viva, y el uno, le duele; y el otro, es un ajuste de cuentas con el dolor del anterior. Seguro. Conociendo a los poetas que buscan una voz propia, que quieren ser antes que poetas, ellos mismos, todo lo suyo les desborda con la amplitud de la habladuría necesaria, que estableció Heidegger, y que también forma parte del lenguaje, y hay que pastorear. Lo digo, porque la portada misma a ello me conduce. Esa radiografía de una dentadura que hay que extirpar, que hay que re –componer. Aunque nunca lo había entendido de esa manera: el poeta como dentista, hace versos como quien manipula un excavador sobre nuestra dentadura, y chirría la dentadura de los que leen. Esta misma idea, según la voy desgranando, me produce un placer especial, que hace que espere con mayor deleite su lectura. No debe preocuparse el autor, ha conseguido que aumente más el deseo de la lectura de adelante. Prometo leerlo con fruición, buscando la creatividad que lo origina, los intereses que lo sustentan, la originalidad que lo arma, la belleza que se desgrana, y ponerlo todo por escrito. De momento, a la espera del libro, resalto su salida y su presentación, de la que dejo aquí la muestra con estas dos fotos tomadas de la web del amigo Amezaga http://diencefalo.blogspot.com/

lunes, 25 de febrero de 2008

El sexo no tiene importancia


Vivimos la época del triunfo de los sexólogos. Tienen programas propios y hasta los del corazón y los de variedades se convierten en una prolongación innecesaria de aquellos al abusar ferazmente de los mismos temas polutos.
Los sexólogos abundan también en los escaparates de las librerías, procurando a las gentes maneras procaces y feroces de sexualidad transitoria y hasta la mejor manera de seducir por el sudor, pues se venden las maneras de fabricar feromonas artificiales, fueran esencias de perfume para el privilegio sexual.
En los programas televisivos se da pábulo a todo tipo de versiones en diferido de sexualidad y se resuelven dudas envueltas en prebendas de la distancia focal, pura perversión teleafectiva.
Vivimos una época donde la sexualidad es tan importante que decir que no tiene ninguna importancia puede parecer una boutade o una manera de epatar, o de comparecer socialmente como políticamente incorrecto.
El sexo no es importante. Si lo desean lo repito: el sexo no es importante. No tiene ninguna importancia para la realización de la persona.
El sexo es sólo una necesidad fisiológica como comer o dormir. Una vez satisfecha, sólo debemos estar atentos a cuando se desequilibra de nuevo la tal necesidad y debemos cumplirla para que se re – equilibre y nos permita pensar en el crecimiento personal y psicológico preciso.
Pura homeostasis, equilibrio, desequilibrio, reequilibrio. El funcionamiento de las sociedades preventivas. Se rebela una parte de la sociedad, se la reprime, y se somete otra vez al dictado común. Así de simple. Además, contamos con la seguridad que provoca una “Beatriz” sexóloga. El sexo si es algo es represión del desequilibrio, como toda homeostasis.
¿Dónde quedan aquellas necesidades de autorrealización que tan bien describió Maslow y toda la escuela humanista de la psicología, aquellas necesidades que si no se cumplían uno no podía ser considerado humano, Ser Humano?
Lo más importante de estas necesidades de autorrealización era el prefijo auto-, que disponía en la mano de todo viviente bípedo, homínido, con capacidad de palabra y de dar su palabra.
Palabra, tener palabra, dar la palabra, eso es lo que poseía importancia en el ser humano en el tiempo que quería construir un mundo de seres humanos, donde la violencia no tuviera lugar.
Este bípedo de hoy se ha quedado en un ser tristemente homeostático que calma su abulia en distintas camas siguiendo los dictados mejúnjicos de las adelantadas sexólogas catódicas y se ha olvidado de la necesidad de su autorrealización.
La mayor de las veces, la autorrealización de las gentes la vamos pisando por la calle como quien pisa los vómitos un domingo por la mañana a la salida, a la entrada, por quinientos metros en las calles de marcha, en los lugares de satisfacción homeostática.
Sólo una vuelta a una educación (socio – familiar) basada en la autorrealización de la persona, supondría un arreglo para volver al camino del desarrollo social humano y no una sociedad preventiva como en la que vivimos. Como una gran ventura, los sexólogos perderían su carácter catódico – circense y volverían a las consultas médicas.
Por cierto, hay una sexualidad unida a la autorrealización humana, que si tiene importancia, que posee toda la importancia que deseemos otorgarle. Pero esa es otra sexualidad y de ella no se delibera en los tratados sexológicos actuales, o se publica en una solitaria página suelta que nunca llega a explicarse.

lunes, 18 de febrero de 2008

(Nitimur in vititum) Viva lo prohibido



Los pueblos que no tienen rocanrol son pueblos cadáveres, contagiados del virus de lo arcaico. El rocanrol simboliza la regodeo, las ganas de vivir, la pasión por el futuro. Si no, ved al hombre de goma, puro rocanrol, o, sin más, a Siniestro Total y otras marcas paradigmáticas, Aerolíneas Federales. La incapacidad para rasgar la vida a ritmo de rocanrol evidencia la desesperación de un pueblo, sólo capaz de celebrar la muerte y sumergirse en la pasión por el pasado en ferias de cornupetas en cosos de oleadores (fijaros que Galicia está exenta de estas ferias, gracias a o ceo)
Es imposible encontrar un pueblo que presente más libros sobre su propio pasado que España (esa que siempre habla de las dos), excepción hecha de Alemania, que según Nietzsche, era un pueblo triste que cantaba canciones. Sobre el pasado pero para entristecer al mundo no para dar a conocerlo, que son diferenciadas maneras de acarrear lo más propio. Quiero gritarles “que lo arrostren ellos”, en plan Unamuniano.
Estos libros sobre el pasado siempre intentan su recuperación pero como una reivindicación de la muerte del presente, cincelando dicha recuperación con fundamento en el resentimiento y la envidia. Que pena ver como la ampliación de Europa es una ampliación del resentimiento y se hace para acrecentar el número de sus inoculaciones. ¡Yo no me dejaría Vaclav Havel!
Los líderes políticos que gobiernan en la actualidad tienen como pilares básicos la envidia y ese resentimiento, que sacan pasear como la señora del tercero B saca a su perrito, para que orine en la esquina del banco o defeque en donde yo la pueda pisar.
¿Por qué envidiar al “valençiá”, por qué sentirse resentidos por una decisión de un Comité Olímpico, para qué pedir...? La gente que pasea en la calle parece fúnebre, compungida, verdaderamente luctuosa. No hay fiesta fatriarcal, salvo en Lugo en la ciudad y su provincia con su San Froilán.
Sólo las minorías arcaicas para las que se legisla en la actualidad manifiestan su alegría, pero como un ejemplo más del resentimiento reinante, en el barrio de Chueca. El futuro no se vislumbra o no se habla de él, parece una cosa muerta (que viene a ser como la cosa nostra, de la que hay que guardar silencio, la sociedad del secreto...inexistente!!!!!!!!!)
La música que triunfa es una música con mensajes arcaicos o música que nace de la depresión de los camaleones, de su desgarramiento interior, hecho cante en palos diversos. Los triunfitos les llaman, o ponen a una niña ridícula, alunarada, a cantar el himno de los tiempos de la masa, de lo amorfo, “antes muerta que sencilla”, que pudiera ser divisa indivisa de una revolución promovida por el ala izquierda en la moncloa.
La única música que habla de alegría, de la vida y del futuro, parece estar prohibida, olvidada o relegada al inconsciente colectivo. Tan prohibida como el futuro de España o como la propia España de palabra y en sus obras.
Grito entonces “It’s only rocanrol, but I like me”, a ver si así se les despierta la alegría, las ganas de vivir y la necesidad de futuro. Uno lleva el roncanrol puesto por “Montesa” y lo evidencia quemando rueda...
We gon’t a fooled again…no, no, fooled again…no, no. Y aquí reitera su guitarra Pete Thowsend…

domingo, 3 de febrero de 2008

La traición

No debes preocuparte: tendrás tu Judas en el momento adecuado o alguien de mirada oblicua te pondrá en la palma de la mano las treinta monedas sangrientas y te exigirá que seas tú el que administre el beso sacrificial.
Por mucho que te esfuerces en tu trabajo, en construir realidades consistentes para los demás, y compareces ante la gente con la mejor sonrisa y la mirada, no podrás evitar caer en la desgracia, en desgracia.
Siempre hay quien encuentra en la vida su momento, el adecuado para ascender y gobernar sobre tus actuaciones; y a éste no le provoca ninguna satisfacción, ha nacido para ello, o todas las inquietudes.
La gente que te rodea define tu situación con la frase hecha: “te han crecido los enanos”. Debes reconocer y hacerles saber, que los enanos no crecen, sólo se cabrean (y mandan a sus superiores que te den bambú)
Llegado a este momento, supuestamente debes sentir miedo, pánico, temor, no al enano cabreado, sino a todos los que te rodean reverencialmente, reverentemente, a los que debéis temer sin duda.
El enano cabreado que nunca crecerá, evitará emplearse a fondo contigo, que quien manda, no se puede manifestar bárbaro al público, que se alimenta de sonrisas. Manda a otros, a sus huestes hurañas rabiosas a que muerdan y exijan tu expulsión o te canses para que abandones el barco en mitad de la noche, a mitad de camino, en mitad de la nada.
No valdrá tu voz sincera y verdadera exigiendo defensa ante la voracidad que anida en las palabras perversas de los conversos, que te atacan a ti como un virus rústico deforme.
Quieren permitirte la única salida: alejarte baldío aconsejando a quien se queda paciencia y buen hacer y suerte de no caer en desgracia ante el enano que se cabrea y que nunca crece. No valdrá como dique ni tu buen hacer ni tu buen trabajo ni que construyeses realidades consistentes o la mejor de las sonrisas con la que siempre compareces ante los demás.
Una mañana te levantarás y el Judas que te tocó en suerte cumplirá su ineludible misión, estampar en tu rostro el beso anunciatorio.
O lo que resulta execrable, encontrarás reposando en la palma de tu mano las treinta monedas de la delación.

martes, 15 de enero de 2008

Vino in vitas

El vino; el vino y yo: yo y el vino. Zambullirse al vino: melopeya: la manta que cubre la deficiencia que me seña como grano la piel. Portamos estigmas en los rostros que ostentamos y con suerte el vino cubrirá socialmente: al relacionarte con la buena gente que nunca se ebria, no te destacaran.
El vino; yo y el vino: el vino y yo. Zambullirse al vino: borrachera: exhibicionismo del alma, todas las deficiencias se proyectan de las pupilas que me merodean como de la mano extrema del lanzador de cuchillos en un circo que desaprovechó, lamentablemente, a su rey de la pista. ¡Sacadme a los leones, también uno puede ejercer de maestro de ceremonias!
El vino; el vino conmigo: conmigo el vino. Zambullirse al vino: trompa, chalina: el vómito en la chelina. Las corbatas que las mujeres regalan con impunidad por las noches de amantes, desaparecen cubiertas de rojo cereza conseguido al mezclar olla podrida y tinto de bodeguilla: nunca serás tan joven como hoy ni como ayer: tu mañana ya yace yerto bajo la lluvia que riega la vid.
El vino; conmigo el vino: el vino conmigo. Zambullirse al vino como se zambulle recién nacido el niño en el seno de la madre, inflado, inflamado: más sangre que leche: toda la leche emerge de sangre, los labios oleaginosos, sanguijuelas, sorben, sorben, sorben. No hay otra senda: me embebo en el vino para parecerme a ¿quién? A todo el que sonríe al pasar; la cámara me capta saludando.




(I)

Recuerdo las tardes – noches de los sábados, el tiempo en que los trabajadores tomaban al asalto, con el sobre en la mano, todos los bares de la ciudad y los “farolillos rojos”. Me crecían en el año 1970 y me adulteraba tanto como cualquier aspirante a adulto en aquel discurrir espacial.
Los niños no debíamos molestar a las cuadrillas de santos bebedores y las mujeres no conviene que se agarren a su cerrazón mental, que los sobres son para que se pulan, igual que las manos se agrietan y la vida se va.
Todos juntos y en cuadrillas, transitaban las aceras el tiempo suficiente para llegar e irrumpir en el siguiente bar. Cantaban, entonaban entonados diversas melodías ingenuas, abrazados de los hombros y formaban perfectos círculos corales, donde el pequeño de la voz grave se proyectaba de solista y el más alto la mañana del domingo se haría cargo de las arcas del club de fútbol del barrio.
¿Por qué los tildaban de santos bebedores? No comprendía en aquel entonces como, a una cuadrilla de borrachos, que llegarán dios mediante y mediante la suerte divina a sus casas a las diez u once de la noche tambaleándose, vomitando las escaleras para que su mujer salga deprisa a limpiarlas, antes de que las vecinas lo vean, protesten y critiquen, acostándose en la cama vestidos, volviendo a vomitar sobre la palangana de color rojo y lunares bancos, sonriendo para sus hijos como quien pide una disculpa por el lamentable aspecto en que se halla, se les podía distinguir como santos bebedores.
Iniciaban la sesión de transformativa tras la comida. Todos juntos con sus farias y las botas de vino colgadas a la espalda, se encaminaban al campo de fútbol, donde vibrarían con el equipo visitante, que era el equipo de su pueblo, inmigrantes como eran contra su voluntad, los niños de la mano, el bocadillo en el raído bolsillo de la chaqueta, el de la izquierda. Salían del fútbol a las ocho, y cedían a las mujeres los hijos, se encaminaban a la bodeguilla a llenar las botas de nuevo, de vino, malo.
En la bodeguilla iniciaban las canciones, especialmente una que repetirían hasta las lamentaciones etílicas y sus vómitos:
A mi me gusta el pin, pi, rin, pin
de la bota empiná,
con el pin, pi, rin, pin,
con el pan, pa, ran, pan,
al que no le guste el vino,
es un animal
o no tiene un real.

En la canción se reducía al que no bebía vino, de la bota a poder ser, a la categoría de animal. Al hombre sobrio se le desantropologizaba de repente; o se le sumía a la categoría social de pobre de solemnidad: la persona que no gasta su dinero en vino es un tacaño, una ruindad moral.
El rebaje a animal suponía una preferible categorización que el hecho de no tener un real, que más parecía compararte al viejo secundario en las zarzuelas, enamorado de las jóvenes pero teniendo que ceder su puesto al apuesto chulapo, porque él ya no estaba para gastar dinero en vinos y sí en boticas.
A pesar de oírles cantar toda la tarde, no comprendía aún porqué razón aquellos bebedores hasta al anochecer, eran considerados santos. Sólo cuando me fije en la forma de beber comprendí el apelativo, sólo entonces.
Resulta que los santos bebedores, en cualquier lugar de la urbe, que era como el orbe orbitando alrededor de un satélite desconocido, acogían entre sus manos la bota, oscurecida por el uso, agarrando el culo con la derecha, y el pitorro con la izquierda. Éste último apuntaba directamente al esternón, y desde allí se izaba por encima de la cabeza. De inmediato, el bebedor guiaba su bota a la izquierda y a la derecha, para, finalmente, devolver el pitorro a su lugar, por encima de su cabeza, apretaba el culo y surgía el chorro vital.
Allí, en aquel bebedor, se encerraba la respuesta: con la bota y antes de beber, formaba la señal de la santa cruz, luego bebía largo y tendido un chorro del líquido tinto encerrado en el cuero adornado. El signo de la sacralización, de la, bendición de cualquier objeto y persona, convenía a lo reproducido por el bebedor, santificando el vino y a él mismo.
Tras su ración conveniente del bendecido, nuevo y sacral líquido, retomaba su lugar en el coro cantarín, tan desafinado como borracho. Por cierto, la letra de la canción, suponía la materialización del propio vino, la carnalidad. Cantar tras beber era perfeccionar el vino, sangre, en carne.
A mi me gusta el pin, pi, rin, pin
de la bota empiná,
con el pin, pi, rin, pin,
con el pan, pa, ran, pan,
al que no le guste el vino,
es un animal
o no tiene un real.





(II)

Era aquel tiempo en el que el hambre obligaba a trabajar por la comida, y por el vino. Las gentes, deambulaban kilómetros de pueblos y campos, para encontrar qué comer, qué beber. Matrimonios y sus hijos, matrimonios solos, o hijos solitarios, golpeaban con las aldabas en las puertas, en los hierros que se disponían en las mismas, limosneaban una siega, la recogida del trigo o un pedazo de pan y un trago de vino, al no haber trabajo.
Uno de aquellos matrimonios solos lo componían Manuel y Manuela, en procesión de casa a casa, trabajando aquí y allá, entre el polvo y la paja, parando para la comida y el vino, la siesta o su sucedáneo, volviendo al trabajo, a la cena con trago de vino y café, el aguardiente, la charla con su líos de picadura y sus picaduras y líos, muchas noches de puñetazos y cortes. Repetían estos días hasta finalizar los trabajos y si el resultado en cantidad y calidad, agradaba al dueño, aún recibían una cantidad añadida de vino y licores, mantas y picadura de tabaco, y retornaban a su casa.
En una de estas hallamos a Manuel y Manuela, que caminan, bien entrada la noche, aun no arribada la madrugada, sendas de hojas resecas, barro y ramas tronchadas por el viento. Retornan a la casa tras diez días de duro trabajo en la siega, llenos de polvo y espigas, de sudor y llagas, de cortes y sonrisas, tambaleándose por estas sendas nocturnas de lunas llenas y pinos susurradores. Cargaba Manuela con una botellón de dieciséis litros de vino sobre sus anchos y hombrunos hombros, mientras Manuel sonreía sólo con pensar en bebérselo y relamerse, que ya se relamía. Cuando el camino se empino y Manuela sacaba la lengua por el tiempo que hace que cargaba con el botellón, Manuel le exigió con fiereza y discusión, puñetazos y gritos, el botellón para cargar con él lo que reataba de camino a casa. En la discusión, el forcejeo y los puñetazos, el botellón se escurrió de las manos temblorosas de Manuela, cayó con el estrépito de mil truenos al suelo de gravilla y hojas de pino, se hizo añicos. El rojo líquido se esparció por el suelo de tierra.
Lloraba Manuel y le coreaba la lágrima fácil Manuela. De súbito, como mecanismos acordados y cordados, ambos se abalanzaron con sus bocas sobre el vino, los vidrios y la tierra, lamieron los restos. Así entraban a sus bocas el vino derramado, los vidrios rotos, la tierra mojada. El vino sosegaba sus lágrimas, los vidrios se calvaban en su lengua y en el paladar y la tierra todo lo envolvía, se pacificaba su cólera por la perdida del vino de lamer en relamer.
De esta manera se mezclaba en el interior de sus cuerpos pecadores el vino con la sangre que produjo los vidrios y la tierra. Vino, sangre y tierra, mezclados en sus bocas eran sangre y carne, sacralidad novedosa pero no intencional, que no se propuso como objetivo.
Tras lamer con su sangre el vino y la carne terrosa que mordían al tragar vino y vidrios, quedaron dormidos, como dos seres en transformación, no se sabe, ni quien lo relato lo adivino nunca, si en ángeles corifeos o en demonios demoledores o en ángeles exterminadores, aun sólo de sí mismos, con mimo.
Tras mezclar en su boca vino y sangre, tierra y carne, cayeron en un sopor de terrena dulzura, respaldados contra la corteza del árbol más elevado del mundo, un eucalipto que dominaba la creación. Sus ojos cerrados, sus manos apoyadas sobre el pecho, sus labios sanguinolentos recitaban una vieja canción
Tierra,
si de mis manos triza,
de mis labios gloria
o en los ojos vaho;
si de mis manos albor,
de mis labios trago,
o a mis ojos rastro,
Vino.







(III)

¿De dónde le nace al vino su carácter de sagrado?
Nunca me planteé el carácter sagrado del vino, es ahora, al abrigo de estas líneas, que me ha surgido la pregunta reflejada desde la misma corporalidad del vino fluyendo en la copa, al girarla para conseguir removerlo.
Algo que brindo con certeza es que no todos los vinos tienen esa sacralidad.
El trago triste de figura de La Mancha no proporciona sino una sensación de perdida de conocimiento, el regustillo vírico que asciende desde los vapores del estómago a la boca, a la cabeza, que se va, se va, y te convierte en el trasunto un HAL9000 a punto de desconexión. No se transfigura en terrosidad al paladar cuando lo degustas al segundo en la boca cerrada, los labios prietos y la lengua como pala que remueve taninos y tenencias, persiste sólo en esa repetición vírica: si te empecinas en el trago te compondrá bélico, deshacedor de entuertos
El trago engañoso del Albariño y el Ribeiro, que te exigen más trago cuanto más comes, y otra taza, y más y más, al paisano y al forastero. Cierto que son vinos que no llaman a la bilis, pero te pierden la conciencia, te ganan la ebriedad, que no borrachera, cercana a los dioses, a Dionisio, viejo y joven dios a la búsqueda de su satisfacción temporal. El trago al paladar sigue sin ser terroso y nada platónico.
Hay vinos como el Ribera del Duero o el Ribeira Sacra, que promueven un adecuado sabor terroso a los paladares, una corporalidad impropia que no nos adentra en los poros de la piel, sino que albergan la necesidad de llamar directamente a la puerta de la intelectividad del mundano lugar de la ideas.
¿De dónde le proviene esa necesidad de congelar el mundo a nuestro frente, de confundirnos en la unidad con lo diferente, de esperar de lo idéntico, de lo inconmensurable; qué es lo que en su interior promueve, a su vez, ese toque mágico de subjetividad que los extra – víe hacia fuera de sí? No otra cosa es la sacralidad sino esta magia que consiste que lo que es en sí mismo pase a ser en otro.
Me lo confiesa Xulio López Valcárcel, sobre la última curva de ballesta del Miño, antes de reposar seguro sobre el Belesar, el paisaje.
El paisaje agrega al vino la magia que le sacraliza que se reposa en las vides que se crían en este terreno que es pendiente sobre el río. Este paisaje que invita a pensar en el Uno y en hacerse uno con el Uno. Cerrarse al tiempo, al espacio, al discurrir, parar el decurso de la existencia y unirse o diluirse en el propio paisaje, para conjugarse con las propias vides, para formar parte del vino.
Lo intuyo mejor cuando llegamos a la casa de Xulio, cuando nos enseña la bodega pequeña y coqueta, donde guarda su vino y me indica que es un vino flojo y que dura un año, después muere y desaparece. Un vino orgánico, que no tiene química que mate a la física. Lo tomas y no ebria a la moza ni ciega al ebrio viejo que se tambalea flaneante entre los eucaliptos centenarios, las zarzas sin flor y las ortigas zafias que se esconden fementidas.
El paisaje. Anonado en el mismo observo a lo lejos un monte como una puerta gigantesca, que obliga al río Miño a discurrir entre esta montañas como dos brazos que se alargan al infinito y acogerse a la serenidad y al reposo del salto de agua cerrado, que le inmoviliza bajo el cielo.
- Aquí, me indica Xulio, tiene lugar la unión del hombre con la naturaleza. Me encantaría pasar un año aquí para atrapar la misticidad que se aloja en este lugar.
Mientras Xulio me dirige a un Monasterio en mitad de la nada, pienso que este lugar es bueno para iniciar lo que el sabio Plotino indica como la procesión del uno al Uno – Bien. O cuando el bueno de Prisciliano concluía “se llama Dios a muchas cosas: el vientre de algunos, el espíritu del aire, las potestades de las tinieblas, los elementos del mundo”. Y todos los elementos del mundo se encuentran rodeándonos, incluyendo a esta iglesia que emerge entre un soto de umbría y frente a un ara sacrificial que se halla confundido en el paisaje.
El paisaje con su río, la carne y la sangre, se reproduce de igual manera en este Duero que me envuelve, tan sacral el vino que produce, también Ribera.
- Lo único que no debes servir con un vino es una mala conversación – sentencia Xulio, mirando con su sencillez a nuestros ojos alegrados de su presencia mientras su maravillosa madre nos anima a degustar esas verduras que también riega el Miño
Dejemos que sólo el paisaje nos deleite el paladar y catémoslo, pero nunca con la superioridad del sumiller, que lo humilla. Bebamos con la humildad del Santo Bebedor.