lunes, 7 de abril de 2008

El atizador de Wittgenstein


Cuando Ludwing asió el atizador de la chimenea y lo blandió en el aire contra el cráneo despejado de Popper, se olvidó el contenido simbólico de la última proposición de su tratactus: “de lo que no se puede hablar lo mejor es callarse”, con la que pretendía cerrar todo lo que acaece.

Si tornamos a la habitación de Ludwing en la Universidad de Oxford y asistimos a la conversación que se mantenía, nos asombrará que el diálogo se desarrollaba en torno a lo esencial, a lo espiritual, una vez que las matemáticas habían puesto el punto y seguido a la función.

Lo esencial es el límite de nuestro mundo, que es otra proposición entrañable. Hay personas que ante lo esencial toman un camino peligroso, hablar y hablar, abriendo en exceso la boca y convocando a lo inconveniente. Cuando la inconveniencia entra por la puerta, viene acompañada de la violencia, la necesidad del atizador, y nada hay que escape a su triunfo saltando por la ventana.

España es un país donde a algunos políticos les gusta poner lo esencial a flor de piel, hablar de ello en exceso, asesinarlo. Disponen los valores para que todos los presentes les presenten sus armas y los pasen por las mismas, despellejándolos.

En la actualidad hay muchos de tales políticos, miran a España postrada y se complacen en su despellejamiento y otros por salvaguardar el culo en el sillón del poder consienten en ello.

A estos políticos, debieran enseñarles, no los nervios atirantes de Ludwing perdido en su habitación de Oxford, sí evidentemente el significado de su famosa proposición: si fluimos a los fundamentos esenciales de nuestra vida, de nuestra sociedad, de nuestra patria/matria, los fundamentos culturales y políticos, no se debe dejar que nadie los despelleje, sino que hable el silencio.

Al menos si lo que se desea no es una sociedad violenta.

Lo esencial habla por sí mismo y se revela, rebelándose, desde el inconsciente colectivo.