lunes, 3 de marzo de 2008

Los secretos del miedo


No recuerdo si tal vez la leí o fuera que la escuchara o ocurriese tal que disgregación del pensamiento en inoportuno instante cuando momento de gozo nocturno en el cerro de San Miguel o contra la tapia del cementerio de San José. Aun no importa: las ideas son libres (y nos hacen libres) y las encontramos ahí para que sean apropiadas (pero no para ser poseídas) por cualquiera y recrearlas; no existe el pecado en el conocimiento – mientras siga discurriendo por derroteros públicos, íntimos.
Repasemos hemerotéricamente lo acontecido en los últimos decenios, y que es reducible a estos esquemas formales: violencia que resta humanidad o humanidad que se niega a sí misma en sus actos de salvaje ignominia, aun indeliberada – y la deliberación no añade nada a cualquiera sea el acto, siendo el hombre pura inmediatez.
Un hombre quema a su mujer, allá; acullá, otro acuchilla con deleznable saña; más otros: consentidos políticos, ametrallan o bombardean; y el tétrico y terebrante tiro en la nuca, fatal expresión de la “razón” de un arma; otrosí: las sentencias judiciales habidas que evidencian que setenta cuchilladas no son nada o que violentar sexualmente sin que persista en resistencia la víctima – pataleos variados golpeteos chillidos sin alternativa – y atestiguada, no es violación.
No resulta difícil determinar el ámbito del hombre donde se enuncia con resuelta evidencia, aun ciega, la dicha violencia.
Proviene del ámbito privado, del lugar donde se posee “algo”, y siempre en secreta manera. Este secreto que socializa sacralmente y que estructura la sociedad en su vez primera en una jerarquía piramidal, según cercanía al mismo – en la ausencia total de conocimiento, desde la mediatización de la salvaguarda del secreto (su esencia, su pureza) frente a lo extraño, al extranjero, del ataque exterior mediante la violencia. El secreto, que delimita y prescribe desde la normatividad moral estricta, con su eterno corpus de castigos y premios; cuya protección lleva al ascenso social y su abandono sentencia a la muerte que “redime” y “salva”.
Cuando lo privado se eleva a culto y se lo propone como lugar propio de desarrollo personal y como la manera más “civilizada” de vivir, “la violencia es la higiene de la sociedad”, - ¿o de consentir a la muerte?
Y se produce la inteligibilidad sobre la hemeroteca: el hombre que asesina a su esposa porque le abandona, la que disiente de la “familia”, y ha de morir según los cánones de lo privado (redimida; sólo resta el arrepentimiento del pater familias, que adquirirá sinceridad en cuanto televisado); los animalizados seres que asesinan por salvaguardar el secreto legado por sus antepasados y que lo defienden ante la injerencia de lo extraño e impropio, siempre enemigo fatal, siempre inexistente, fábula que se transmite cual realidad sin referencia.
El hombre por miedo (“liberalismo del miedo” – I. Berlín) se conforma con su desarrollo en la esfera de lo privado, ser unidimensional y derrotado ya por el “pacto esclavista”. Y traspasa esta esfera sus modismos a lo público, a lo íntimo.
Categoría de la más baja calidad ética, de poder, social: negación de lo más propio del hombre, recayendo en el resentimiento; exaltando parvulariamente lo más bajo donde caemos – ser esclavo de la moral del “borsalino” -; y, todo ello, envuelto sibilinamente en el engaño psicológico: creer con firmeza inconmovible que tan sólo somos seres psico – físicos.

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