lunes, 25 de febrero de 2008

El sexo no tiene importancia


Vivimos la época del triunfo de los sexólogos. Tienen programas propios y hasta los del corazón y los de variedades se convierten en una prolongación innecesaria de aquellos al abusar ferazmente de los mismos temas polutos.
Los sexólogos abundan también en los escaparates de las librerías, procurando a las gentes maneras procaces y feroces de sexualidad transitoria y hasta la mejor manera de seducir por el sudor, pues se venden las maneras de fabricar feromonas artificiales, fueran esencias de perfume para el privilegio sexual.
En los programas televisivos se da pábulo a todo tipo de versiones en diferido de sexualidad y se resuelven dudas envueltas en prebendas de la distancia focal, pura perversión teleafectiva.
Vivimos una época donde la sexualidad es tan importante que decir que no tiene ninguna importancia puede parecer una boutade o una manera de epatar, o de comparecer socialmente como políticamente incorrecto.
El sexo no es importante. Si lo desean lo repito: el sexo no es importante. No tiene ninguna importancia para la realización de la persona.
El sexo es sólo una necesidad fisiológica como comer o dormir. Una vez satisfecha, sólo debemos estar atentos a cuando se desequilibra de nuevo la tal necesidad y debemos cumplirla para que se re – equilibre y nos permita pensar en el crecimiento personal y psicológico preciso.
Pura homeostasis, equilibrio, desequilibrio, reequilibrio. El funcionamiento de las sociedades preventivas. Se rebela una parte de la sociedad, se la reprime, y se somete otra vez al dictado común. Así de simple. Además, contamos con la seguridad que provoca una “Beatriz” sexóloga. El sexo si es algo es represión del desequilibrio, como toda homeostasis.
¿Dónde quedan aquellas necesidades de autorrealización que tan bien describió Maslow y toda la escuela humanista de la psicología, aquellas necesidades que si no se cumplían uno no podía ser considerado humano, Ser Humano?
Lo más importante de estas necesidades de autorrealización era el prefijo auto-, que disponía en la mano de todo viviente bípedo, homínido, con capacidad de palabra y de dar su palabra.
Palabra, tener palabra, dar la palabra, eso es lo que poseía importancia en el ser humano en el tiempo que quería construir un mundo de seres humanos, donde la violencia no tuviera lugar.
Este bípedo de hoy se ha quedado en un ser tristemente homeostático que calma su abulia en distintas camas siguiendo los dictados mejúnjicos de las adelantadas sexólogas catódicas y se ha olvidado de la necesidad de su autorrealización.
La mayor de las veces, la autorrealización de las gentes la vamos pisando por la calle como quien pisa los vómitos un domingo por la mañana a la salida, a la entrada, por quinientos metros en las calles de marcha, en los lugares de satisfacción homeostática.
Sólo una vuelta a una educación (socio – familiar) basada en la autorrealización de la persona, supondría un arreglo para volver al camino del desarrollo social humano y no una sociedad preventiva como en la que vivimos. Como una gran ventura, los sexólogos perderían su carácter catódico – circense y volverían a las consultas médicas.
Por cierto, hay una sexualidad unida a la autorrealización humana, que si tiene importancia, que posee toda la importancia que deseemos otorgarle. Pero esa es otra sexualidad y de ella no se delibera en los tratados sexológicos actuales, o se publica en una solitaria página suelta que nunca llega a explicarse.

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