martes, 13 de noviembre de 2007

Apoteosis política


Efectivamente, el afamado Dr. Frankenstein (Barón y varón Víctor Von) jamás albergó en su interior la necesidad de dar vida a la materia muerta. Adelantado lector de S. Freud, intuía que la materia inorgánica no lleva en su interior esa tendencia a la vida que deseamos hubiera en la misma. En verdad, su deseo secreto era llegar a ser Dios, o si prefiere, crear la vida desde la Nada (por cierto, que de secreto deseo, poco: arraigado en todos nosotros, propiamente, por el mismo nos definen como seres esquizofrénicos). El único problema técnico siempre acaece como qué es la Nada; pero como fuera problema de filosofía y corrían entonces malos tiempos para la misma, identifico Nada y hombre muerto, que resulto la forma más elegante y rápida de solucionar el problema.
Y con el muerto sobre la mesa de operaciones y un cerebro nuevo en las manos y el capítulo primero de ‘Los principios de la naturaleza’ de S. Tomás (“ha de conocerse que algo puede ser aunque no sea y, asimismo, que algo es” que tanto vale para la psicología, para la Física y aun para la política), se apresta el excelso Doctor a principiar su grande obra o grande noche de creación y no de resurrección.
Y cuando se ha creado desde la Nada la Vida, tanta mayúscula abruma y ha de descansar. Son novedosos los problemas que se presentan. Pongamos por caso: ¿de qué llenar un cerebro nuevo? ¿Será necesario llenarlo de algo? El afamado Doctor no se hace dichas preguntas, pretende, más bien, controlar su creación; propiamente, dotarla o insuflarle un alma (tal que un conjunto de proposiciones ideológicas que conviertan en inteligente a la criatura).
Y la tal criatura es también un adelantado lector de Freud y pretende pasar cuanto antes por el profiláctico complejo de Edipo, aunque del mismo resulte la muerte del Doctor de su propio anhelo, padre en la unicidad y dios sin reino. De esta manera, se lanza en una carrera de despropósitos contra la imagen del Doctor, en un intento de generar odio contra el mismo (el no puede ser el asesino de dios, pues sólo un loco lo haría: el doctor debería en verdad suicidarse): la niña en el pozo, el ciego, etc...
La criatura es un lector infatigable de Maquiavelo: desea generar el odio sobre su creador y la piedad sobre ella misma, pues el resultado de una obra de un loco no es dueña de sus actos y requiere el perdón en todo lo que hace o al menos que otro sea el culpable de sus actos (la angustia no le compete). El monstruo recubre su maldad con un hálito de amor (un deseo de ser amado): cosa que ya intentase Luzbel, en su rebelión fantástica por la consecución de un poder que no le pertenecía. Y no otra cosa es la rebelión del monstruo contra el dilecto Doctor Fankenstein: un acto de rebelión del ángel predilecto contra su dios.
Mas de la misma manera que Luzbel cayó y Dios se retiró para siempre del mundo, el monstruo cae, muere a manos del pueblo enfervorecido, que le prende fuego (purificador, como el de Zarathrustra), y el Doctor se retira a su mundo.Y como les invadió la decepción, tanto a Dios como al afamado y dilecto Doctor Frankenstein, se olvidaron de talar el árbol del paraíso, que aun sigue proporcionando la manzana del bien y del mal (mas más de este último que del primero, por desgracia) que comen las dichosas criaturas al margen de doctores dilectos o del propio Dios.

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