jueves, 22 de noviembre de 2007

Nos birlan la vida


Ya no diviso el horizonte, aún pervive su imagen en la lembranza: una línea en la distancia, la vista descubriendo un espacio incalculable, imposible de explorar, improbable de abarcar; no obstante, necesario. El espacio parece constituirme como persona – vivimos en el espacio. Aun me juegue la vida en la vana aspiración de atisbarlo en pie sobre el sobradillo de la buhardilla, improbable obtenga la gratificante y vital panorámica: ya perdido, ya por siempre, el horizonte.
A cambio del horizonte, la moderna arquitectura me oferta a la vecina del quinto: dada a la bebida sin tino; a la hija de la vecina del segundo: perenne alzada sobre esas botas que más bien zancas y su prolongado comprobar en su figura una camiseta ora amarilla, ora beis, ora roja, ora azul, aun la similar marca programática sobre sus senos sin hechura; al vecino del tercero, atusándose los cabellos, mesándose las barbas, el Diario sobre el regazo, la vista perdida en Dios sabe qué punto y su maestría en el paro al tiempo que una mujer de ámbar cabello interpretando no se sabe qué con grandilocuentes aspavientos; a las vecinas del tercero: madre, hija y nieta, en discordia brusca e invariable sobre idas y venidas, sobre la comida sin elaborar, sobre la casa sin higienizar y la ropa amontonada en un retiro, y sin acondicionar; y la mujer que habita el primer piso, ángel terrible, serpiente amarilla, animal mitológico: clandestina de día y en la noche surgiendo a la ventana, sacudiendo alfombras y sucios trapajos enmohecidos, a proferir improperios a las parejas que se abrazan bajo su ventana.
Zafia arquitectura de la ciudad, que nos birla la vida en un tris y dispone, a cambio, la intimidad de los otros como perspectiva de proceder. Soez arquitectura ciudadana que nos impele a vivir en el tiempo – ajetreados, compulsivos, depravados, violentos: deprisa, deprisa y exteriorizar el sobresaliente cadáver que portamos.
Vivir en el espacio y morir en el tiempo; el hombre es el ser con los latidos contados (Lledó): y la arquitectura efectiva, la ciudad moderna, nos ha virado esta concepción, nos ha variado la percepción, nos ha escamoteado la Vida: morimos en el espacio y vivimos en el tiempo y, así, en el vulgar ajetreo en el que desbrozamos nuestra existencia no atinamos más allá del puro y duro absurdo de no poseer más horizonte que la intimidad, la interioridad secreta de los otros, de nuestros conciudadanos. La ciudad: excéntrico proceder de entremetimiento en las circunstancias entrañables, aun no lo pretendamos y sin consentirlo, de los que nos rodean.
Lo entrañable se transforma en vulgar, en feo, en absurdo, al hacerse público, al ser comidilla: se sodomiza la intimidad y se juega con ella en los parques públicos, en las tabernas y en las tiendas donde a diario se comercia. Si no sabes de tu vecino de cómo sujeta sus barbas al cortar nada has de saber de cómo poner las tuyas a remojar. ¿En qué mundo vives?
Edificios en gran altura, opacos, que guardan, y celosos, reducidos apartamentos que asfixian, que se reducen aun más con el paso de los años, que obligan a salir, a recorrer la ciudad sin soñarla, sin espacio, sólo admite tiempo para el ajetreo, la rapidez, deprisa el autobús, al hipermercado, ese taxi yo lo vi antes; deprisa, deprisa, no hay tiempo que perder, no hay espacio que ganar – salvo la fosa que nos aguarda y que ansia por conseguirla.
Construcciones en gran altura que se camuflan contra amplias y vastas avenidas, y cuán largas o plagadas de arbolado que emerge entre adoquines, sin que comparezca nunca señal de a qué destino trasladan: en absurdo cruel, arriba y abajo, las recorremos con monótonos pasos, y ya cansinos, a mortaja su son sobre el embaldosado de la acera. ¿A qué trina aquel jilguero desde su jaula en el octavo? Ya se hace imposible obtener una visión de lo eterno.Ya sin horizonte viable, desertando de la intimidad entrañable de los otros, me confino y confío mi relato al rumor del Arlanzón, discurriendo como conciencia reverberante, tal que el lugar donde se vierten los sueños que nunca se otorgaran; y en él y a él propalo mi anhelo de mar.

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