viernes, 16 de noviembre de 2007

Quince centímetros, o mas!!!!!!!!!!!!




Cuando principia un deseo extremo de escribir sobre lo que sea, resulta que no acontece en manera tan fácil como se esperaba el ver reflejado en el papel lo deseado y, aún menos, lo pensado.
Lo confieso: siempre ha latido en mi interior una envidia insana por esos escritores, feraces y qué felices, capaces de escribir a la rapidez del dictado del pensamiento o aquellos otros, procaces mas con sus preces, conspicuos rehacen o siempre intentan el pasado y condimentan, salada selección, el futuro que habrá de vivir.
Os lo descubro: sólo a veces, tan sólo alguna vez, poseo el título de lo que pretendo escribir; y en la mayor parte de las casualidades que me siento a escribir, el mero blanco papel, que nunca en blanco y sí siempre tintado con los dibujos realizados a la espera de la inspiración – meros recovecos geométricos confeccionados con saña de desesperación y el trazo del nerviosismo generado por la tardanza de la susodicha, sin cesar sádica.
El blanco papel que sujeto con el dedo meñique y el anillo que lo corona, entintando con firmas y una y otra vez realizada ante el margen, en el filo del folio, y así en ningún momento saturar el espacio disponible a la escritura siempre feraz de un feroz felón (no otra cosa es el escribidor).
El blanco papel, este mismo que ahora emborrono y del que tan sólo levanto la vista ante el paso vicioso de una rubia que camina con su energía bursátil. El blanco papel y siempre puñetero donde nos gusta se refleje como un latigazo pleno el pensamiento humano y provoque la furia y el lógico sobresalto sedicioso y bacante (y hasta vacante) en quien lo lee.

El blanco papel, pleno de fuerza sobrehumana, que rige el destino del hombre sólo en el instante en que se lee, pongamos por caso, hasta el mismo momento de llegar a esta línea, la última, la que cierra los quince centímetros que recorre la mirada en esta columna, la final.

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